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El transeúnte

Tierno y lánguido yace el camino, amargo y sin alma. Campos de amapolas lucen de rojo teñido el duelo del alba. Solo un pasajero llora en silencio mientras anda el vació.

-Sube al tren de la vida, escucha el amanecer del próximo día. –La voz que le acompañaba.

Cansado y cabizbajo andaba, monotonía que cumplía como promesa al viento que en unas le refrescaba y en otras la sangre helaba.

Un candil al final midiendo el tiempo y espacio sin cambiar la distancia, el eterno viaje de quien no tiene esperanza y sin embargo por tesón, no arroja la toalla.

-Sigue, ya llegará, el destino con otro cuento y buen retoque final –se decía.

El transeúnte de a ninguna parte a la luz del alba cada día llegaba con la misma agonía.

-¡Qué ironía!, siempre brilla el sol, no me calienta y luego da paso a la canícula y al frío intenso que ni siento ni padezco.

-Sube al tren de la vida –vuelve a escuchar en sus adentros.

Mira al cielo, agacha la testa y a su lado contempla el yelmo de un espíritu muerto, descubre que allí nada queda, salvo una senda errada y el fétido olor de un cuerpo descompuesto.

-Cuánto tiempo ha transcurrido y ahora me doy cuenta.

Al fondo aparece un destello, una intensa e inmensa luz ilumina la llanura, le llama sin decirle nada, él sin embargo escucha…

-Sube, sube al tren de la vida.

23 de diciembre 2018

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Desde el alma El espejo Mis cosillas Poesía

A vuestra merced, ¡mi pecho!

Hoy escribo a la esperanza,

al desengaño de  mis sueños,

al llanto amargo del tupido velo.

Hoy canto a las estrellas a la fe y su bonanza.

Gotas de sangre en la almohada,

zumo que agota hasta el silencio,

lágrimas que brotan y no salen del hospicio

de castillos inauditos de una noche soñada.

Son los latidos que en mi pecho rompen

cual crujido de un árbol herido

de quien por amar, su cuerpo corrompe.

Danzad luna, marte, júpiter, danzad a mi vuelo,

dejadme salir de éste, mi entierro

para volver a sentir un árbol nuevo.