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A veces y sin saber porqué, se cruza una flor en tu camino. En ese momento los sentidos afloran tal cual la primavera. Las mañanas huelen a azahar, los medios días a rosas de pasión, las tardes te traen los claveles y las noches…, el jazmín de la entonación.
Es invierno y no lo sientes. La peor de todas las comidas contiene el sabor de los milagros. Llueve y no te mojas. Te cae un rayo encima y en lugar de abrasarte, te convierte un candil en la oscuridad. Escuchas las noticias y todas son buenas. La música salida de la radio está hecha para tus oídos. Nieva con intensidad y solo ves margaritas dejándose llevar al amparo de la brisa del mar. Llega la canícula y siempre estás fresco, todo sonríe en esos momentos, incluso las matrículas de los vehículos te envían las mejores melodías para darte aliento. Es la euforia de un corazón desatado con la fuerza de los mil vientos.
Pero…, pero cuando desaparece, las mejores canciones son cacofonías salidas del infierno. El sol no brilla y cuando le miras de frente, ¡quema! La luna está triste, el café sabe al color de la desesperanza, la melancolía se torna amarga, tanto que te lleva el destello de la muerte.
Y la soledad…, ahí sufres el alma cuando se va del cuerpo y deja la botella vacía, incluso el cielo se apaga, no tiene estrellas.
Es el fin, la frontera entre el tiro y no puedo, el puedo y no tiro de la vida, la intensidad de las emociones salidas de los vaivenes de otros tiempos, hojas caducas y marchitas en el suelo, es el momento del suspiro, la eterna lucha con uno mismo, el sustento y preaviso de la sensatez del insensato, y un espejo…, un cristal sin reflejo.
¡Tengo el pecho hueco!, ese mismo que un día abrí a los pétalos de la esperanza, un vacío que enturbia mi ser y acongoja a la suerte, el desierto de la fe, ilusión sin contenido…, y el olvido.
Pero lucho, sigo con la constancia de las derrotas sin sangre, pero de cicatriz inolvidable, camino hacia delante ausente al entorno, pero con horizonte, pendiente del instante en que el firmamento me devuelva el aroma de la vida y de nuevo, sin miedo, cuando llegue la estación de los sabores, oler las flores y coger con fuerza otra rosa con, o sin espinas para volver a sentir el canto de los pájaros al amanecer, el batir de las alas de las mariposas, el cortejo de a la añoranza de esos tiempos…, en el que el corazón dejó de latir.